Juliette o Las prosperidades del vicio by Marqués de Sade

Juliette o Las prosperidades del vicio by Marqués de Sade

autor:Marqués de Sade [Sade, Marqués de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Erótico, Filosófico
editor: ePubLibre
publicado: 1796-01-01T05:00:00+00:00


»“Siento”, dice Fénelon, “que soy libre, que estoy absolutamente en manos de mi capacidad de decisión”. Esta aserción gratuita es imposible de probar. ¿Quién le asegura al arzobispo de Cambrai que cuando se decide a abrazar la dulce doctrina de Madame de Guyon, es libre de elegir el partido contrario? A todo lo más podrá probarme que ha dudado, pero le desafío a que me convenza de que ha sido libre para tomar el partido opuesto, desde el momento en que ha tomado aquel: “Yo me modifico a mí mismo con Dios”, continúa este autor, “soy causa real de mi propia voluntad”. Pero Fénelon, diciendo eso, no ha tenido en cuenta que, al ser Dios el más fuerte, lo convertía en la causa real de todos los crímenes; tampoco ha tenido en cuenta que nada destruía con mayor seguridad el poder de Dios que la libertad del hombre, ya que este poder de Dios que suponéis, y que yo os concedo por un instante, en realidad se debe únicamente a que Dios ha regulado todas las cosas desde el principio, y, como consecuencia de esta regla invariable, el hombre sólo debe ser ya un ser pasivo que no puede cambiar nada del movimiento recibido y que, por consiguiente, no es libre. Si fuese libre, podría en todo momento destruir ese primer orden establecido, y entonces sería más poderoso que Dios. Esto es lo que un partidario de la divinidad como Fénelon debería haber considerado con mayor exhaustividad.

»Newton tocó ligeramente esta gran dificultad, y no se atrevió a profundizar en ella ni a arriesgarse al respecto; Fénelon, más tajante, aunque menos instruido, añade: “Cuando quiero una cosa, soy dueño de no quererla; cuando no la quiero, soy dueño de quererla”. No; puesto que no la habéis hecho cuando la queríais, no erais dueño de hacerla, ya que todas las causas físicas que deben dirigir la balanza la habían inclinado en esta ocasión del lado de lo que habéis hecho, y no habéis sido dueño de elegir una vez que estabais determinado. Por lo tanto, no habéis sido libre, y no lo seréis jamás. Cuando os dejáis llevar al partido que tomáis es porque era imposible que tomaseis otro. Es vuestra incertidumbre lo que os ha cegado: os habéis creído dueño de la elección porque os habéis sentido dueño de dudar; pero esta incertidumbre, efecto físico de dos objetos exteriores que se presentan a la vez, y la libertad de elegir entre esos dos objetos son dos cosas diferentes.

—Ya estoy convencida —dice Olympe—; la idea de haber podido no cometer los crímenes a que me he entregado atormentaba algunas veces mi conciencia: una vez demostradas mis cadenas, estoy tranquila y proseguiré sin remordimientos.

—Os lo suplico —dice Albani—, no hay nada más inútil que el remordimiento: al llegar siempre demasiado tarde a nuestra alma, no impide que el mal sea hecho; y como las pasiones hablan más fuerte que él, cuando se quiere volver a hacer el mal, es demasiado débil para impedirlo.

—¡De



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